Federico Romero: el niño del Confital


Federico en enero de 2011, antes de entrar al agua en el Confital. Foto: Daniel Esparza
Federico en enero de 2011, antes de entrar al agua en el Confital. Foto: Daniel Esparza

Federico Romero, nacido en 1957 en Gran Canaria, comenzó con el surf muy joven, con 12-13 años, cuando el núcleo pionero de surfistas canarios se estaba formando en Las Canteras.  Ha vivido toda su vida frente a la tremenda bahía del Confital, vistas de ensueño que desde su ventana veía de niño y ve todavía hoy. Fue él, junto con Suso (que tenían “atornillado” el Confital, en palabras de Jesús Fiochi, por el dominio y conocimiento absoluto de esa ola), los dos mayores especialistas en dominarla a mediados de los 70, y enseñaron el camino a los foráneos que por aquel entonces, principios y mediados de los 70, venían de Australia, EEUU, Francia o Inglaterra; pero también del Cantábrico, éstos últimos siempre en invierno, como Jesús Fiochi, Íñigo Letamendia, Raúl Dourdil, Zalo Campa, Carlos Beraza, y otros muchos que congeniaron con el grupo canario, que luego les devolvían la visita en verano, cuando se desplazaban a los campeonatos de España en Cantabria, Asturias o País Vasco.

Federico comenzó a “cebar” olas como la mayoría de los canarios que vivían frente al mar, a pecho. Pero además, aquellos que estaban familiarizados con la pesca, solían tomar las panas de las embarcaciones, esas tablas lisas de madera que se ponían y ponen bajo la embarcación para guardar la pesca y poder caminar, y a modo de planking se deslizaban por las olas, a veces jugándose la bronca de los pescadores. Con respecto al surf, Federico comenzó con la tabla de un médico francés que se la prestó, y prácticamente se puso de pie a la primera, demostrando los altos dotes para este deporte, que años después, en 1976, le llevarían a convertirse en campeón de España de surf de la modalidad común, en Somo y Suances (Cantabria). Antes de eso, su primera tabla fue una que había pasado por numerosas manos, de mala calidad, que tenía tanta agua dentro “que parecía un camello” (en palabras del propio Federico), y que la compró por 300 pesetas en la Cícer. Pero aquella tabla no duró mucho. Conoció a un shaper extranjero que pasaba por las islas, Joel Roux, y le compró una a él directamente. Desde entonces, no ha parado, y su hijo Aaron le ha continuado magistralmente.

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