Nos lo cuenta Asís Pazó «trinta anos despois»: Albores y lembranzas del Surf en Pontevedra

Texto de Asís Pazó (escrito en 2010)

PLAYA DE FOXOS (PONTEVEDRA) 1985,  de IZQ. A DCHA.:  Javier Campos, André Teixeira (Speedy), Lisardo Gálvez, José Pazó y Asís Pazó. Foto: cortesía de Asís Pazó.

Corría un lejano 1979 y de nuevo, como cada verano, nos volvíamos a reencontrar tras el interminable periodo invernal en el mágico arenal de Foxos. Como cada año, aquel caprichoso banco de arena en media luna, flanqueado a estribor por las ruinas de la torre vikinga que marcaba el límite de la rompiente en los días de maretón, daba guarda a la vieja ermita de Nosa Senhora da Lanzada, que nos reunía en su dorado manto de arena antigua.

Este año las sonrisas cómplices de los hermanos José y Asís Pazó, de Lisardo Gálvez, y Andrés Teixeira (Speedy) se fundieron con las alegrías del esperado reencuentro anual, al descubrir que sin premeditación previa, habíamos aumentado nuestro quiver hasta entonces compuesto exclusivamente por tablas de windsurf, por unos nuevos artefactos prácticamente desconocidos en las costas gallegas por aquellos tiempos:

Andrés, nuestro añorado amigo de Povoa do Varzim traía dos minúsculas fish-tail construidas en el garaje de su casa, mientras mi hermano José y yo habíamos podido adquirir en un viaje a Gijón dos “single fin” de segunda mano, la Santa Marina, un clon a escala de las guns de Jerry López, y la Natural Curves con formas redondas que apuntaban a los futuros tri-fins de la época, como el que Lisardo acabaría también encargando a Jaime Fernández en su pionera tienda de Gijón.

Un par de años antes, en 1977, mi hermano ya tuvo la ocurrencia de lanzarnos a intentar cabalgar las olas de la playa de Montalvo con una de las primeras tablas de Windsurf con forma de Malibú, que mi tío había traído de Francia. Desde aquel día y con el recuerdo de la tabla de porespan que mi padre había traído desde Los Angeles en 1971, en un primer intento vano por recrear en su Galicia el impacto que le produjo su estancia laboral en el apogeo “malibudiense” de los Beach Boys, el conjuro comenzó su gestación, para materializarse una década más tarde en aquel encuentro estival.

Fue por aquel entonces cuando nos encontramos en la playa con Fernando Lareo, exiliado de las costas coruñesas, junto con otros exiliados del Wind como Carlos Valdés (Tarifa) y Quique (El Pelao) primer poseedor de un mítico tablón construido en epoxi. Durante los años venideros todos compartimos olas en nuestra solitaria rompiente con Rafa Mucientes, Andrés (El espumeiro de León), el anónimo francés de la derecha, y con un extraño personaje con aspecto de despistado Lord inglés, hoy convertido en un pontevedrés de pro, el mítico Martin Rich, que por entonces andaba en Morey, y al que removimos el poso de su infancia en Cornwall estigmatizada por el roce en sus rodillas de los viejos pero primerizos tablones de la pérfida Albión. Al poco se nos unió un jovenzuelo llamado Juanjo Carballido (Joe) que depuraría para siempre su impecable estilo, esculpido en el portaviones del Pelao. También compartimos olas con Kalin, Rafa Trigo y Quique Virel también exiliados del wind y enganchados a sus corchos.

Jornadas interminables bañadas en tardes de sol, de lluvia, incluso de granizo en una época sin videos y con los picos vacíos de Foxos, La Lanzada y Montalvo, a nuestra entera disposición, sin apenas publicidad, y sin referencias de lo que años más tarde se convertiría en un deporte de moda, que se popularizaría rápidamente por las costas españolas. Muy pocos medios y una constante ilusión por pillar la ola de nuestros sueños en cualquier condición, incluyendo desde baños nocturnos en la mágica noche del Salto de las nueve olas en la Praia da Lanzada, hasta surfaris inolvidables como el de Asís y Lisardo a la Cuba de 1986 con las tablas bajo el brazo, examinadas meticulosamente por los aduaneros cubanos que no recordaban haber visto artefactos semejantes desde la época de Batista.

Hoy es difícil comprender, que el simple hecho de que alguien llevase un ejemplar del Surfer Magazine o de la revista Surfing a la playa constituía una auténtica fiesta mientras esperábamos la marea propicia, en una época en la que los trajes de neopreno eran de ínfima calidad, los inventos se rompían constantemente, y la parafina casera eran de uso común, debido a la inexistencia de comercios dedicados a nuestra pasión. Fueron años de intensas emociones en los que la aparición en nuestras playas de cualquier surfista de fuera, constituía un auténtico acontecimiento alejado de cualquier noción de localismo, sumidos en la curiosidad de los bañistas y las miradas furtivas de los pescadores que aún faenaban cerca de las rompientes, en aquellos años lejanos en los que en las playas, sin balizar y prácticamente salvajes, adolecían incluso de socorristas, función que muchas veces nos tocó desempeñar.

Aquel grupo inicial en el que todos nos conocíamos se fue ampliando y a la vez disgregando poco a poco. Algunos comenzamos nuestros surfaris locales con inolvidables excursiones a las playas portuguesas de Moledo, Ancora y Afife, las barridas por la Costa da Morte y las primeros baños en Tapia de casariego, Zarautz, Gros y Mundaka.

Fue precisamente en 1985 cuando yendo a unos de estos Surfaris nos topamos en Povoa con el trágico fallecimiento de Andrés Teixeira en accidente de tráfico. Durante años se realizó en Portugal el campeonato más importante de este país dedicado a su memoria (Campeonato Speedy)

Más tarde nuevas generaciones de surfistas se fueron incorporando y una nueva hornada fue llegando, Alberto Barreiro, Carlos Cons, Pampin, Julián, Pelanas, Fernando Calvo, Yago Barreiro, etc… y el grupo se fue ampliando, comenzando a echarse la gente incluso en pleno invierno, con una evolución natural que desemboco en tiempos ya recientes en surfers de alto nivel como Yago Chamorro, Pipo Dominguez, o el propio Milo Castelo que apadrinado por nuestro entrañable Martin Rich, lanzábamos al aire en la rompiente cuando no levantaba más de tres palmos del suelo. El surf evolucionó, y con esta evolución llegaron también los primeros comercios en Pontevedra, los primeros campeonatos, las primeras escuelas…

Aún hace relativamente pocos años la casualidad y los hados, hicieron que aquel grupo original se reencontrara en un baño mítico e inolvidable por su perfección, y por la compañía, en la Praia das Furnas, que todos recordamos con nostalgia.

Algunos renunciamos pronto a la competición y a las modas para centrarnos en la práctica más clásica y espiritual del Longboard, otros dedicaron todo su empeño al surf más moderno y radical, y otros, aún a su pesar, dejaron de echarse al agua tal vez para siempre.

Ahora, treinta años después [más de 40 años después], con las aletas de nuestras tablas bañadas literalmente por el agua de los siete mares, y con muchos de nuestros míticos sueños tropicales cumplidos, y ya pasando la cincuentena, aún nos asomamos al verde azulado de nuestros queridos picos locales con la misma emoción del primer día, confiando en que Breogan nos otorgue por fin el regalo de esa ola perfecta, que en compañía del espíritu de nuestros mejores camaradas, se convertirá en la ansiada mejor ola de toda nuestra vida, que siempre estará por llegar.

Asís Pazó (2010)

Olo Surf History agradece la colaboración de Asís Pazó

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